Habitamos en un mundo tan cambiante que muchos de los aspectos de la vida resultan extremadamente nuevos. Y no estoy hablando sólo de la técnica, que por supuesto nos está proporcionando toda suerte de innovaciones espectaculares, sino de los comportamientos básicos, de la visión profunda de la existencia. Los humanos estamos abandonando, por primera vez, algunas de nuestras costumbres y creencias más antiguas...
Hombres y mujeres supieron desde siempre que la vida era un lugar bastante inhóspito. Parirás con dolor y ganarás pan con el sudor de tu frente, dicen los textos cristianos, preparándote para el sufrimiento y la melancolía de la existencia; y todas las religiones intentan entender y aliviar el dolor básico de los seres humanos durante su travesía sobre la tierra. Un dolor que hasta ayer mismo siempre fue considerado como inevitable. Porque hasta ayer mismo, y para la práctica totalidad de los humanos, comer todos los días era difícil, hallar un cobijo frente a las inclemencias era difícil, no ser sometido a la violencia era difícil. La realidad era tan descarnada y dura que la felicidad empezaba donde se acababa el sufrimiento. Es decir, el solo hecho de poder acostarte con la tripa llena era motivo suficiente para sentirte satisfecho. Más de media humanidad sigue viviendo todavía en esas terribles condiciones, pero los demás, y somos muchísimos millones, nos hemos escapado de la penuria extrema y hemos empezado a mirar el mundo de otro modo.
Hoy ser feliz es estrenar un coche, y tener un amante apoteósico, y que te suban el sueldo, y marcharte de vacaciones a las Bahamas, y comprarte una casa fastuosa, y troncharte de risa con los amigos, todo esto a la vez y en sesión continua y todo lo que sea caer por debajo de estas aspiraciones es estar fastidiado y a disgusto.
Quiero decir que hoy no aguantamos nada. Y que en un par de generaciones hemos pasado de contemplar el mundo como un valle de lágrimas a querer convertirlo en una especie de discoteca permanente...
Todos queremos vivir bien, eso es más que natural y comprensible. Pero me resulta curioso y hasta un poco inquietante ese derrumbamiento interior de la entereza, ese tránsito global hacia la flojera. Por primera vez en la historia, el ser humano ha dejado de considerar la vida como un espacio de dolor y ahora pretende creer que es una francachela.
No sé yo adónde nos va a llevar este espejismo.
(Rosa Montero, artículo de opinión publicado en El País Semanal hace bastantes años, cuando la crisis ni siquiera estaba en el horizonte más cercano).
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